jueves, 28 de febrero de 2008

Cultura mediática y poder mundial

Los hombres han perdido su fe en lo
invisible y trabajan en lo visible.
Ha triunfado la concepción
mecánica del mundo.


Armand Mattelart

Las industrias de la cultura son las
industrias del futuro. Invertir en la
cultura es invertir en la economía.


François Mitterrand

El capitalismo ha transformado el proceso de creación de la cultura. Actualmente, las llamadas industrias culturales se han convertido en escenarios de importante crecimiento y alta rentabilidad. Esto trae consigo un número alto de consumidores de la cultura y el descubrimiento de nuevos métodos de producción de mensajes, símbolos, imágenes y sonidos. Con esto, la información se convierte en un bien de mercado.

Desde hace tiempo se observa que la tendencia a mercantilizar la producción cultural, masificar el arte y la literatura, así como ofrecer los bienes culturales por varios soportes a la vez (por ejemplo el cine no sólo en salas sino en televisión y video) quita autonomía a los campos culturales.[1]

Según Néstor García Canclini, la fusión de empresas acentúa esta integración multimedia y la somete a criterios de rentabilidad comercial que prevalecen sobre las búsquedas estéticas. Uno de los ejemplos más citados es el Time: dedicada a medios impresos, se unió al megaproductor Warner. Convertidos, así, en los mayores fabricantes de espectáculos y contenidos (Time-Warner), se aliaron en el año 2000 con los megaproveedores de Internet (AOL).

En el campo editorial, la concentración de las editoriales tradicionales en grupos empresariales manejados por gestores del entretenimiento masivo hace que se publiquen menos títulos (sólo los de alta tirada) y elimina los que se venden lento, aunque lleven años en catálogo, sean valorados por la crítica y tengan una salida constante. Los nuevos dueños exigen al mundo editorial libros que den tasas de ganancia semejantes a sus negocios en televisión o electrónica.

La promiscuidad entre los campos no se debe sólo a la reestructuración de los mercados y a la fusión de empresas procedentes de campos distintos. Es también el resultado del proceso tecnológico de convergencia digital y de la formación de los hábitos culturales distintos en lectores que a su vez son espectadores e internautas. La digitalización conjunta de textos, imágenes y todo tipo de mensajes integrados en la televisión, el ordenador y el móvil, se está haciendo desde hace varios años.

El paradigma infotelecomunicacional constituye el vector fundamental para la expansión y la reconstrucción de los complejos mediáticos, teniendo como fin la comercialización diversificada y sin límites geográficos.[2]

Para ajustarse al nuevo patrón tecnoproductivo y a las exigencias de una economía globalizada con bases de mercado geográficamente dispersas, las corporaciones de medios pasaron a dirigir sus empresas a partir de un centro de inteligencia –un holding- encargado de establecer prioridades, directrices, planes de innovación y parámetros de rentabilidad para las subsidiarias y filiales.[3]

Las corporaciones implementan políticas de producción, comercialización y marketing absorbiendo ciertas particularidades socioculturales de los países en que operan. Para una adaptación mercadológica sólida, se valen de alianzas con socios y proveedores locales.

El desafío consiste en adaptar los objetos mercadológicos con trazos específicos de cada área, sea para fijar la impresión de que los productos se sostienen por encima de las particularidades geoculturales, sea para incorporar demandas o preferencias locales, a partir de que eso aumente la predisposición al consumo y fidelidad a las marcas.[4]

Un claro ejemplo de la adaptabilidad de ciertos productos a las preferencias de consumo local es la transnacional Mc Donald’s. Por ejemplo, en México las hamburguesas se venden con chiles jalapeños, cebolla, jitomate y lechuga.

En este sentido, los objetos no son simplemente cosas materiales sino aquello que utilizamos para construir la percepción de otros y al mismo tiempo hacernos percibir por esos otros. Es decir, se trata de objetos culturales que como en el caso del lenguaje no obedecen a una concreción material sino fundamentalmente a su naturaleza simbólica. La atribución del valor simbólico se genera en la trama de relaciones intersubjetivas entre los actores y de sus necesidades de reconocimiento y distinción.

Esta situación, nos remonta a la noción de imperialismo cultural que, según Séller, es el conjunto de procesos por los que una sociedad es introducida en un sistema en donde se moldea a las instituciones sociales de acuerdo con los intereses de conservación del sistema, de esta manera los medios de comunicación de masas se convierten en máximos conservadores del dominio. Dentro de este esquema, los contenidos de los medios quedan sublevados a los intereses de pequeñas elites.

Se habla de cómo los medios han pasado al control privado, concentrándose en manos de unos pocos que se expanden y absorben empresas más pequeñas (Telmex). La dominación cultural de estas corporaciones que ya no entienden de nacionalidades sino de ideologías se expande irremediablemente.

Bibliografía:

García Canclini, Néstor. Lectores, espectadores e internautas, Barcelona, Gedisa, 2007.
Moraes, Denis. Cultura mediática y poder mundial, Colombia, Grupo editorial Norma, 2005.

[1]Néstor García Canclini, Lectores, espectadores e internautas, pág. 28.
[2] Denis de Moraes, Cultura mediática y poder mundial, pág. 60.
[3] Ib. pág. 63
[4] Ib. pág. 64

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