Es casi medio día. Las tonadas de un saxofón se mezclan con el viento cálido que transita por las islas de Ciudad Universitaria. Una voz femenina hechiza a quienes caminan por la inmensa alfombra de pasto color verde esmeralda.
Algunos curiosos se acercan. “Ollin Kan en la UNAM” dice un letrero que cuelga en lo alto de una gran carpa blanca. Después de echar un vistazo, algunos deciden quedarse mientras que otros sencillamente siguen su camino.
Ana, una joven de larga cabellera negra, camina presurosa por los alrededores, mueve la cabeza de un lado a otro como si buscara algo. Una mano levantada llama su atención. Ella sonríe y con paso firme se dirige al encuentro de sus dos amigos: Lola y Chuco.
Con un beso en la mejilla Ana saluda a Lola y con un estrechón de manos a Chuco. Luego de caminar por algunos minutos, el trío decide sentarse y esperar a que inicie el evento.
Costo Rico hace algunas pruebas de sonido. Las canciones inconclusas interpretadas por la agrupación catalana son tan sólo una probadita de la fiesta musical que está por comenzar. “¡Se ve que va a estar bueno!”, dice Ana a sus dos amigos.
En grupos, en parejas o de a solapa, poco a poco la gente comienza a llegar. Unos se sientan en el pasto y otros más buscan la sombra de un árbol para protegerse de los rayos inclementes del astro rey.
Para amenizar la espera, un grupo de universitarios no pierde la oportunidad de improvisar un día de campo con sopas Maruchan, palomitas al microondas y Coca-Cola. A falta de comida, algunas parejas sacian su hambre con un beso y alguna caricia.
Un hombre se pasea entre la gente con su carrito de congeladas marca “pingüino”, mientras una vendedora de papas fritas se coloca junto a una bicicleta que lleva a cuestas una canasta de tacos sudados y un bote de salsa verde.
Suéteres, mascadas, paraguas y hojas de papel son buenos para cubrirse del Sol. Cuarenta minutos de retraso dan paso a chiflidos y a algunos recordatorios de madre.
“¡Con ustedes Las Furias!”. Un hombre corpulento y tres féminas ataviadas con vestidos llamativos, medias y tacones altos aparecen en el escenario. Una canción bastó para prender los ánimos de los universitarios que se olvidaron del calor infernal y bailaron por una hora al ritmo de rock.
El reloj de Ana marca las 2:15 cuando la agrupación catalana toca su última rola. Con cámaras fotográficas y de video algunos buscan inmortalizar el momento. “¡Otra, otra, otra!”, corea el público... La canción nunca llegó.
Minutos más tarde, Virus hizo su aparición. Ante la sorpresa de muchos, dos de Las Furias subieron de nuevo al escenario. “¡Son las mismas, a mi no me engañan!”, grita Chuco mientras Lola y Ana ríen.
Algunos zapatos, calcetines y guaraches yacen sobre el pasto mientras sus dueños bailan El baile de los huesos, la última canción interpretada por Virus. Montones de mochilas de todos colores, tamaños y formas atrincheran botellas color ámbar y bolsas de papas.
Es el turno de Village Kollektiv. Cuatro hombres y tres mujeres de tez nevada, cabellos de oro y ojos turquesa hacen su aparición en el escenario. Con paso presuroso suben sus instrumentos, los despojan de sus fundas negras y los afinan cuidadosamente.
Tonatiu, el rey Sol, juega a esconderse entre las nubes. El cielo se nubla por unos instantes. Problemas con el sonido retrasan la participación de la agrupación polaca.
Los ánimos se relajan, un viento juguetón mueve los negros cabellos de Ana, quien golpea una y otra vez el pasto con su pie derecho mientras observa que las manecillas de su reloj marcan las 3:50.
Algunos sonidos guturales llaman nuevamente la atención del público. “¡Con ustedes Village Kollektiv!”. Los aplausos no se hacen esperar. Una fusión de sonidos tradicionales con ritmos electrónicos inunda la atmósfera del Campus Universitario.
Una hora más tarde, Tonatiu sale de su escondite para recibir a Costo Rico. A ritmo de reggae y rumba, la agrupación catalana hizo que brazos, caderas y pies se movieran de un lado a otro y de arriba abajo. Unos y otros se toman de los hombros y forman una serpiente humana que se pasea traviesa entre la gente.
Quienes tienen alma de cirqueros no pierden la oportunidad de demostrar su destreza con pelotas, aros y pinos. Los lanzan una y otra vez, logran mantenerlos en el aire por algunos instantes hasta que algún movimiento erróneo los hace caer al suelo.
Playeras, pulseras y tasas con el logo de Ollin Kan reposan en el suelo esperando ser compradas por quienes desean materializar el momento con algún recuerdito. Chuco compra una pulsera color negro, mientras que Lola se conforma con las fotos que ha tomado con su celular.
El anuncio de una última canción vaticina el final del concierto. La tarde comienza a caer, las manecillas del reloj de Ana forman una línea vertical perfecta. “Ya vámonos, ¿no?”, dice Chuco a sus dos amigas.
Las tres siluetas caminan por las islas universitarias hasta perderse en la inmensidad del campo verde esmeralda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario