Según Datus Smith, el editor tiene dos responsabilidades. La primera consiste en la búsqueda y la publicación y, la segunda se inicia cuando se toma la decisión de publicar un manuscrito: se trata de la corrección de éste y su preparación para la imprenta.
El trabajo de preparar el manuscrito para el tipógrafo se llama corrección. «La función del corrector es la de ayudar al autor a presentar las ideas escritas de manera nítida, ordenada y eficaz. Además, debe presentar el trabajo limpio, corregido con presición y marcadas en él claramente las insytriucciones para el tipógrafo, con la finalidad de que las correcciones posteriores se reduzcan al mínimo»[1].
El corrector toma en sus manos todas las cuestiones editoriales desde el momento en que la imprenta decide publicar el manuscrito hasta la entrega del libro terminado. Durante el proceso de edición él maneja las relaciones con el autor o traductor, el diseñador, el dibujante y el tipógrafo.
En teoría, el autor debe entregar un manuscrito listo para ser enviado a tipografía. Sin embargo, es muy difícil que algún autor logre cumplir tal requisito, y el editor que no somete el manuscrito a una corrección exhaustiva y considera a ésta un gasto innecesario, afectará negativamente la calidad del libro y del servicio que presta al público.
El corrector de estilo tiene la ventaja de percibir la obra a mayor distancia, a diferencia del autor. Por esta razón, un autor inteligente sabrá apreciar el trabajo del corrector y convencerse de que tal individuo trata de lograr una presentación más clara y precisa de las ideas.
Los aspectos que un corrector de estilo debe cuidar se pueden agrupar en siete categorías: 1) legibilidad, 2) unificación, 3) gramática, 4) claridad y estilo, 5) veracidad de la información, 6) propiedad y legalidad, y 7) detalles de la producción.
La legibilidad. Se refiere a que cada letra de cada palabra del manuscrito debe ser clara y legible, de manera que el tipógrafo pueda leer fácil y rápidamente para dedicarse a su labor, sin tener que preocuparse por averiguar lo que el autor quiere decir.
Unificación. Es importante dotar al texto de uniformidad en cuanto a la ortografía, puntuación y otros aspectos. Esta falta de uniformidad puede resultar muy molesta para el lector, y su efecto en el tipógrafo es casi seguro que incrementará los costos de esta área. La unificación debe hacerse presente en ortografía, trasliteración, puntuación, abreviaturas y unificación en el material auxiliar.
Gramática. Otra responsabilidad del corrector es asegurarse de que el manuscrito esté gramáticamente correcto cuando es turnado al tipógrafo. Sin embargo, no siempre resulta fácil establecer qué es correcto o incorrecto en un idioma.
Claridad y estilo. El corrector debe aclarar las ideas, si es el caso, que el autor no comunica con presición. Si no existe un error notorio que deba ser corregido, el autor puede indignarse si las razones del cambio no se le explica pacientemenmte.
Veracidad de la información. Obviamente, el corrector no cuenta con el tiempo necesario para comprobar todos los datos que aparecen en el texto, pero si cuenta con un buen nivel de conocimientos sobre diversos temas, que puedan detectar errores al dar lectura al manuscrito.
Propiedad y legalidad. El corrector tiene la respinsabilidad ante el editor de observar detalladamente cualquier cosa del manuscrito que pueda violar las leyes nacionales o esté en contra de la política editorial de la empresa, la decencia y la propiedad.
Detalles de producción. El corrector debe cerciorarse de que el manuscrito esté cien por ciento completo, incluyendo portada, tabla de contenido, prefacio, pies de página, ilustraciones, pies de ilustración, mapas, títulos de capítulos, bibliografía, glosario, tablas y demás y, usualmente al final del texto, el índice.
Como podemos ver, el corrector desempeña uno de los trabajos más exigentes del proceso editorial: el cuidado de una edición. Es la figura que influye en todas las facetas de edición.
[1] Datus Smith, Guía para la publicación de libros, pág. 69
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